Cuentan nuestros Mayores que entonces en la Wenu Mapu (la Tierra de Arriba) coexistían las energías positivas y negativas. Así era, dicen, hasta que el Espíritu Poderoso recordó que no había nada sobre la Nag Mapu (la Tierra que ahora andamos). Entonces, dicen,
pensó en mandar hasta aquí a uno de sus amados Brotes.
Su gesto dicen, fue percibido por los espíritus negativos que se reunieron para urdir la forma de ser ellos los elegidos. ¿Pero quién?, se preguntaron. Entonces, dicen, empezaron a pelear. Tanto aumentó la violencia de la pelea que se abrieron los aires y enredados cayeron, transformándose en cuerpos incandescentes en la caída.
Se rompió la tierra golpeada y los espíritus negativos rodaron hasta sus profundidades. Allí quedaron encerrados. (Miñche Mapu / Tierra de Abajo se llama su lugar).
Por la fuerza de ese choque se originaron también los volcanes, los cerros y cordilleras, están diciendo nuestros Antepasados.
Entre los espíritus negativos se hallaban espíritus positivos que por haber estado demasiado cerca de la riña, fueron arrastrados en la caída, dicen.
Ellos, ellas, hicieron rogativa al Espíritu Poderoso para que les permitiera regresar a la Wenu Mapu. Salieron entonces por los cráteres de los volcanes, pero quedaron nada más colgados en el aire (Wagvlen / Estrellas, así las nombró nuestra Gente). Por eso lloraron esos espíritus, lloraron por mucho tiempo, dicen. Sus lágrimas formaron los ríos, los lagos y los mares.
Fue entonces que el primer espíritu Mapuche vino arrojado desde el Azul. Soñando miraba éste la superficie inmensa, deshabitada, de la Tierra que ahora andamos.
Su Madre, dicen, se entristeció de su soledad. Así, para que lo acompañara, el Espíritu Poderoso envió a una estrellita hermosa, refulgente.
Volando vino ella y caminó luego sobre las piedras hasta que sus pies sangraron. Su sangre se convirtió en pasto, en flores se convirtió, dicen. El aroma, el color, la suavidad, alegraron a la mujer que las alzó deshojando. Pétalos que sostenidos y acariciados por la brisa surgida del resollar de su contento se transformaron en mariposas, en aves, en alados insectos. Sus tallos se transformaron en plantas, en árboles agradecidos de frutos.
Despertó entonces el hombre con la sonrisa de la mujer. Los miró con su vigoroso resplandor el Padre y veló por ellos la Madre con su tenue luz. Los jóvenes sembraron luego la semilla de su corazón.
Así comenzó la vida, están diciendo nuestras Ancianas / nuestros Ancianos.
Extraido de Elicura Chihuailaf - Arrojados desde el azul
Reportaje publicado en poesia.cl por Sandra Maldonado